Influenza gatuna

Dato 1: Beto y yo dormimos en un colchón sin base porque somos demasiado tacaños para comprar una cama. Como tampoco queremos incomodidades a la hora de dormir, tenemos un buró. Deduce usted bien: la superficie del buró está considerablemente más arriba que la del colchón.

Dato 2: Fama, a quien adoptamos tras confirmarse la gestación de mi sobrino y ante la creencia de que los gatos de pelo fino son malos para las embarazadas, es una gatita progresista. Inspirada en Garfield, decidió que es indigno comer en el piso y nos hizo saber que no lo hará más.

Eventos: Estoy acostada en la cama, mirando al techo. Giro mi cabeza y veo que, encima del buró, Fama tiene la suya metida en mi vaso de plástico, al que le cabe un litro de agua. “Cht, ¿qué te sientes?”, pregunto, y no responde. Le vuelvo a preguntar y consigo irritarla. Con un rápido movimiento, voltea el vaso, que me cae encima. Me moja la cara, me empapa la ropa, el agua se me mete a la nariz como cuando estás en una alberca haciendo bucitos. Me pongo a gritar. Beto me toma una foto.

Solución: Necesitamos controlar la epidemia, regresar al trabajo, perder el miedo y salir al mundo. Fama está harta de tenernos metidos en la casa, trabajando en línea, cocinando nuestra comida, jugando scrabble, escribiendo posts.
—Maldita influenza —piensa—, ¿cuándo vas a dejar vivir a estos humanos?