1.
Me
puso triste la muerte de un hombre dedicado a hacer reír.
2.
Hay
muchas razones por las que alguien decide hacer de la comedia una carrera.
Algunas seguramente sean la fama y el dinero; fines nada abyectos, aunque tal
vez menos virtuosos, y sin duda mucho más efímeros. Otro motivo debe de ser la
propagación de la felicidad propia a través de la risa: un hombre alegre decide
compartir con los demás un poco de su espíritu jubiloso. Hasta ahí todo bien.
Pero, ¿qué hay de la comedia como escudo? De la superficie risueña que esconde
un agujero oscuro en el que todo se pierde y se arruina, y desde donde el cual
se sufre, mucho, indeciblemente, demasiado.
3.
Todo apunta
a que Robin Williams nos obsequiaba risas a costa de su propio dolor. Yo le
agradezco que nos las haya regalado limpias: libres de amargura, sin el sello
de lo podrido. Risas infantiles, inocentes, pastelazos sin más víctimas que uno
mismo. Películas familiares, historias dignas, finales con discursos, con
reencuentros, finales de paz.
Hoy
que está tan de moda la comedia burlona y soez de un mundo cada vez más burlón
y soez, a mí me gusta recordar a Robin Williams. Un señor ultra peludo, de
ojos muy chiquitos y quijada puntiaguda, que lo mismo se convertía en una
niñera robusta que en un padre aventurero que en un niño anciano. Y todo porque
le encantaba, dice su hija que por sobre todas las cosas, hacernos reír.
1 comentario:
Eligió, parece, una muerte digna a una vida de temblores.
Bien. Lo aplaudo
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