Hice la primaria en una escuela
activa en la que me enseñaron, entre otras muchas cosas, a respetar a la
naturaleza y a pensar por mí misma. Desconocía entonces, y tampoco estoy
muy enterada ahora, el método pedagógico detrás de ese tipo de escuelas, pero
de que aprendí, aprendí, y de que me gustó, me gustó. Algunos recuerdos que
vienen a mi mente son las asambleas para discutir malentendidos, la
ausencia de exámenes y las visitas a los beneficios de café que
desechaban la pulpa con la que elaborábamos nuestra lombricomposta.
Cuando fue el momento de entrar
a secundaria, se me metió en la cabeza la inquietud por conocer
un mundo diferente, y le pedí a mi mamá que me inscribiera en
una escuela pública. Se negó primero, pero accedió después.
Así fue como entré a la secundaria pública técnica industrial
número 128 (así, sin comas).
Los golpes de realidad que me
dio esa escuela fueron a veces violentos y otras, extraños;
también felices, los menos. Hoy recuerdo dos de los que duelen.
El primero fue el descubrimiento de
la creencia, compartida por muchas personas, de que la autoridad,
entendida como cualquier individuo que ostenta un poder sobre otro,
por nimio que este sea, es portadora de una especie de halo
divino, generado espontáneamente o venido como accesorio de ciertos
roles, y que este halo es incuestionable.
Era mi primer día en la escuela,
apenas estaba acostumbrándome al nylon del uniforme, cuando se me ocurrió
hacerle una pregunta a una prefecta. Su nombre era Guillermina y lo recuerdo
con claridad porque su figura continuó atormentándome los tres años que pasé en
la 128.
—¿Puedes decirme dónde está la cafetería? —fueron más o menos mis palabras.
A cualquiera que haya estado en una
institución así le debe haber quedado claro que yo no estaba enterada de
las formalidades aceptables, porque la respuesta de Guillermina fue:
—Quién carajo te crees, ni que
fuéramos hermanas.
—¿Hermanas? —mi cabeza dando vueltas.
—Para que me hables de tú.
Primer golpe: A los adultos se les
habla de usted, los maestros no son acompañantes, las jerarquías se
veneran y el respeto se demuestra eligiendo una palabra en vez de
otra.
El segundo fue días más
tarde, en el aula. El profesor de matemáticas escribió unos ejercicios en el
pizarrón y pidió que los resolviéramos. Como siempre fui partidaria del orden y
la limpieza, hice las operaciones en una hoja y escribí los resultados en otra.
Le llevé al maestro únicamente la hoja con los resultados y él me miró con
mucho asombro.
—¿Dónde están las operaciones?
—En otra hoja.
—Pues tráela, si no cómo voy a saber
que no te copiaste.
Ya de grande, le cambio el final a esta
escena y le pongo uno de los siguientes cierres: "Pues tráela para
que veamos cómo procesa la información tu cerebro" o "Pues
tráela porque a veces algunas operaciones equivocadas llegan
por casualidad a resultados correctos."
En fin. Estos dos recuerdos no me
sirven más que para meras anécdotas de blog. Me ayudan a desahogar el
hecho de que me encuentro situada en un escenario similar, frente a
autoridades que anteponen un respeto simulado, una falsa sumisión, al
respeto verdadero y sincero que se gana con acciones, ese que cuando uno
lo otorga, no hay fuerza capaz de remover. Casi veinte años después, estoy de
nuevo ante Guillermina que me obliga a hablarle de usted y hay una
autoridad exigiéndome que muestre mis operaciones para cerciorarse de
que no me estoy copiando.
Eso es todo lo que puedo decir ahora.
Espero pronto poder venir y llenar los huecos que hoy dejo a propósito para no
revelar por completo el escenario del que hablo. Aunque, pensándolo bien, mejor borro
todo esto y lo mando a la novela de la que tanto hablo y de la que tan poco se
ve, tristemente. O mejor no.
4 comentarios:
Hay autoridades que se respetan porque se lo ganaron, hay personas a las que les hablas de usted porque te da gusto, hay mentores a quienes les llevas las hojas con las operaciones porque sabes que estarán interesados en comentarlas.
Y hay tontos de capirote por todos lados, también.
Qué envidia me da tu infancia y tu escuela. Eres una persona completa y que puede distinguir la verdad. Eso viene con algunas dificultades como la que estás viviendo ahora.
Mi consejo es un poquito de paciencia para que las cosas se pongan en su lugar. Confía en que sí lo harán y guarda lo que se pueda para algún otro texto de estos.
Besos.
Autoridad de jure y autoridad de facto, dicen los que saben.
Autoridad de jure: "Debes hacerlo porque lo digo yo que soy tu madre, tu maestro, tu jefe..."
Autoridad de facto: "Es bueno hacerlo porque... (explicación razonada conjuntamente y /o racional)"
La primera aparece, creo yo, cuando no existe la segunda.
Muchas personas en el mundo usan sólo la primera, porque no conocieron ni quieren/pueden conocer la segunda, que requiere conocer, argumentar... juicio, pues.
Recordemos que la sumisión es una "cualidad" no sólo bien vista en muchos ambientes, como la docilidad, la obediencia, la aceptación a priori, sino también, desafortunadamente -creemos alguno/as- promovida por sistemas verticales, hegemónicos, como el que vivimos/sufrimos en México. Por eso no es de extrañar que se instruya para ella en la mayoría de las familias y escuelas.
"Porque lo digo yo", dice el gobierno. "No", dicen algunos maestros en estos días.
Gracias por sus comentarios, los tres tienen razón.
Botica: Pero es que yo quisiera rodearme menos de tontos y más de mentores...
Pablo: En eso tengo confianza, más porque sé que estarás a mi lado.
Ma: Afortunadamente, aunque la docilidad se instruya en escuelas, hay personas contrarrestándola, educando a su hijos para cuestionar y no para obedecer ciegamente.
Publicar un comentario