martes, octubre 1

La autoridad y yo


Hice la primaria en una escuela activa en la que me enseñaron, entre otras muchas cosas, a respetar a la naturaleza y a pensar por mí misma. Desconocía entonces, y tampoco estoy muy enterada ahora, el método pedagógico detrás de ese tipo de escuelas, pero de que aprendí, aprendí, y de que me gustó, me gustó. Algunos recuerdos que vienen a mi mente son las asambleas para discutir malentendidos, la ausencia de exámenes y las visitas a los beneficios de café que desechaban la pulpa con la que elaborábamos nuestra lombricomposta.
 
Cuando fue el momento de entrar a secundaria, se me metió en la cabeza la inquietud por conocer un mundo diferente, y le pedí a mi mamá que me inscribiera en una escuela pública. Se negó primero, pero accedió después. Así fue como entré a la secundaria pública técnica industrial número 128 (así, sin comas). 

Los golpes de realidad que me dio esa escuela fueron a veces violentos y otras, extraños; también felices, los menos. Hoy recuerdo dos de los que duelen.

El primero fue el descubrimiento de la creencia, compartida por muchas personas, de que la autoridad, entendida como cualquier individuo que ostenta un poder sobre otro, por nimio que este sea, es portadora de una especie de halo divino, generado espontáneamente o venido como accesorio de ciertos roles, y que este halo es incuestionable.

Era mi primer día en la escuela, apenas estaba acostumbrándome al nylon del uniforme, cuando se me ocurrió hacerle una pregunta a una prefecta. Su nombre era Guillermina y lo recuerdo con claridad porque su figura continuó atormentándome los tres años que pasé en la 128.

—¿Puedes decirme dónde está la cafetería? —fueron más o menos mis palabras.

A cualquiera que haya estado en una institución así le debe haber quedado claro que yo no estaba enterada de las formalidades aceptables, porque la respuesta de Guillermina fue:

—Quién carajo te crees, ni que fuéramos hermanas.

—¿Hermanas? —mi cabeza dando vueltas.

—Para que me hables de tú.

Primer golpe: A los adultos se les habla de usted, los maestros no son acompañantes, las jerarquías se veneran y el respeto se demuestra eligiendo una palabra en vez de otra.

El segundo fue días más tarde, en el aula. El profesor de matemáticas escribió unos ejercicios en el pizarrón y pidió que los resolviéramos. Como siempre fui partidaria del orden y la limpieza, hice las operaciones en una hoja y escribí los resultados en otra. Le llevé al maestro únicamente la hoja con los resultados y él me miró con mucho asombro.

—¿Dónde están las operaciones?

—En otra hoja.

—Pues tráela, si no cómo voy a saber que no te copiaste.

Ya de grande, le cambio el final a esta escena y le pongo uno de los siguientes cierres: "Pues tráela para que veamos cómo procesa la información tu cerebro" o "Pues tráela porque a veces algunas operaciones equivocadas llegan por casualidad a resultados correctos."

En fin. Estos dos recuerdos no me sirven más que para meras anécdotas de blog. Me ayudan a desahogar el hecho de que me encuentro situada en un escenario similar, frente a autoridades que anteponen un respeto simulado, una falsa sumisión, al respeto verdadero y sincero que se gana con acciones, ese que cuando uno lo otorga, no hay fuerza capaz de remover. Casi veinte años después, estoy de nuevo ante Guillermina que me obliga a hablarle de usted y hay una autoridad exigiéndome que muestre mis operaciones para cerciorarse de que no me estoy copiando.

Eso es todo lo que puedo decir ahora. Espero pronto poder venir y llenar los huecos que hoy dejo a propósito para no revelar por completo el escenario del que hablo. Aunque, pensándolo bien, mejor borro todo esto y lo mando a la novela de la que tanto hablo y de la que tan poco se ve, tristemente. O mejor no.

4 comentarios:

Botica Pop dijo...

Hay autoridades que se respetan porque se lo ganaron, hay personas a las que les hablas de usted porque te da gusto, hay mentores a quienes les llevas las hojas con las operaciones porque sabes que estarán interesados en comentarlas.
Y hay tontos de capirote por todos lados, también.

pispiration dijo...


Qué envidia me da tu infancia y tu escuela. Eres una persona completa y que puede distinguir la verdad. Eso viene con algunas dificultades como la que estás viviendo ahora.

Mi consejo es un poquito de paciencia para que las cosas se pongan en su lugar. Confía en que sí lo harán y guarda lo que se pueda para algún otro texto de estos.

Besos.

Queridita dijo...

Autoridad de jure y autoridad de facto, dicen los que saben.
Autoridad de jure: "Debes hacerlo porque lo digo yo que soy tu madre, tu maestro, tu jefe..."
Autoridad de facto: "Es bueno hacerlo porque... (explicación razonada conjuntamente y /o racional)"
La primera aparece, creo yo, cuando no existe la segunda.
Muchas personas en el mundo usan sólo la primera, porque no conocieron ni quieren/pueden conocer la segunda, que requiere conocer, argumentar... juicio, pues.
Recordemos que la sumisión es una "cualidad" no sólo bien vista en muchos ambientes, como la docilidad, la obediencia, la aceptación a priori, sino también, desafortunadamente -creemos alguno/as- promovida por sistemas verticales, hegemónicos, como el que vivimos/sufrimos en México. Por eso no es de extrañar que se instruya para ella en la mayoría de las familias y escuelas.
"Porque lo digo yo", dice el gobierno. "No", dicen algunos maestros en estos días.

Amiguiz dijo...

Gracias por sus comentarios, los tres tienen razón.

Botica: Pero es que yo quisiera rodearme menos de tontos y más de mentores...

Pablo: En eso tengo confianza, más porque sé que estarás a mi lado.

Ma: Afortunadamente, aunque la docilidad se instruya en escuelas, hay personas contrarrestándola, educando a su hijos para cuestionar y no para obedecer ciegamente.