Tenía quince años cuando supe que Silvio iba a tocar en la FIL. Me aventé un viaje de trece horas de ida y trece de vuelta para escucharlo cantar cinco canciones. Hice parada en el DF. Le tenía pavor a la ciudad y por eso me quedé, en silencio, sentada en una mesita de la central del norte, viendo a la gente pasar, esperando a que saliera mi autobús. Nerviosa y expectante, cuando apenas iba; satisfecha y feliz, al regreso. Al llegar a Guadalajara, tomé un taxi. Cuando comenzó a dar vueltas por lugares oscuros y desconocidos para mí, pensé "moriré hoy, aquí, y nadie se enterará". No fue así, por supuesto. Todo salió bien y ahora puedo contarlo. Y ahora puedo, porque no tengo respeto por las verdaderas travesías, comparar mi viaje con el de Fiztcarraldo, quien viajó, desde Iquitos, dos mil kilómetros por el Amazonas. A quien se le estropeó el motor y tuvo que remar, estropeándose las manos. Dos días y dos noches remando para ver a Caruso una vez en la vida. Yo también lo habría hecho.
sábado, agosto 14
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
4 comentarios:
Creo que me han dado ganas de realizar la travesía más que las que sí he hecho.
Recuerdo, ejem, que viviendo en Morelia vine a ver a Timbiriche al Foro Sol. Sé que no se compara pero creo que era la misma sensación.
Yo una vez recorrí toda la línea verde del Metro dos veces y media nomás para seguir platicando con Enrico.
Eileen: ¡Este es el mejor comentario de la historia de los blogs!
M encantan las travesías, aunque sea a través del papel impreso.
Publicar un comentario