Me gusta ordenar con rigor mis frutas, quesos, trovadores, calles y arbustos favoritos. Uno, dos y tres. El número uno pocas veces cambia de lugar. Mi top de lechugas: 1. Italiana. Mi top de amigos: 1. Daniel. Mi top de perros: 1. Bellota. Mi top de frutas: 1. Mango manila.
Mi bici siempre ha ocupado uno de los primeros tres lugares en los tops de deportes al aire libre y de objetos metálicos. Pero la bici, como la lluvia y la pizza, siempre es mejor en Xalapa.
Xalapa es una ciudad sinuosa, montañosa y desordenada. Y hermosa. Llueve sobre ella todos, pero de veras todos los días del año. Los ciclistas somos un ejemplo de valentía, al arriesgar nuestras vidas por vías de un solo carril, subiendo y bajando colinas con el cielo cayéndose sobre nuestras cabezas, a veces sin poder frenar.
Diariamente, durante años, me eché el mismo recorrido: de la casa a la escuela, de la escuela a la casa. Siempre con mi casco y mi luz de halógeno.
Un día, cuando tenía quince años, me arreglé frente al espejo para ir a la kermés de la escuela. Habría músicos, luz y sonido, torneos y papelitos canjeables por comida; o sea, la pura diversión. Pero yo no me veía tan divertida con mi casco, que además arruinaba mi peinado, así que lo dejé en el perchero. Esa mañana bailé y gané un concurso, dicen. A las cuatro de la tarde, para regresar, me subí a la bici y cometí un error. No sé cuál, tal vez pisé mal el pedal. No sé nada. Y no llevaba mi casco.
Dicen los que lo vieron, o sea, toda la escuela, que caí al piso y me golpeé la cabeza. Me la abrí. Una mancha de sangre se formó alrededor de mí. Mis amigos se pusieron a gritar como desquiciados; mis enemigos también. Los maestros, el director, a lo mejor el dueño de la prepa, no sé, alguien pidió una ambulancia. Se tardó tanto que mi mamá, papá y hermano llegaron antes. Alguien se fue conmigo al hospital.
Diez días, mi paciente familia estuvo repitiéndome los hechos. Lo mismo, una y otra vez: ¿Dónde estoy? En el hospital. ¿Por qué? Te caíste de la bici. ¿No llevaba mi casco? No. ¿Cuándo? Ayer. ¿Y dónde estoy? En el hospital. ¿Por qué? Te caíste de la bici. ¿No llevaba mi casco? No. ¿Cuándo? Antier.
Y así, en un bucle. I was a strange loop. Como en Memento y como Dory, la de Nemo.
Cuando mi cerebro se desinflamó, recuperé la memoria a corto plazo. Sin embargo, la semana anterior a la kermés, y la siguiente, y la que vino después, son como una laguna blanca de la sólo sé lo que me han contado.
Aunque lo digo en broma de vez en cuando, y a pesar de que los médicos aseguran que me recuperé al 100%, siento que tuve un daño. De repente olvido páginas enteras del libro que leí ayer, su información es absolutamente nueva para mí. A veces no sé que alguien me dijo algo. Quién sabe. La única evidencia que me quedó es una cicatriz horrorosa que me impide raparme en el verano. También, un consejo que darle a la juventud ciclista: Pónganse el casco, chavos, siempre. Siempre.
Mi bici siempre ha ocupado uno de los primeros tres lugares en los tops de deportes al aire libre y de objetos metálicos. Pero la bici, como la lluvia y la pizza, siempre es mejor en Xalapa.
Xalapa es una ciudad sinuosa, montañosa y desordenada. Y hermosa. Llueve sobre ella todos, pero de veras todos los días del año. Los ciclistas somos un ejemplo de valentía, al arriesgar nuestras vidas por vías de un solo carril, subiendo y bajando colinas con el cielo cayéndose sobre nuestras cabezas, a veces sin poder frenar.
Diariamente, durante años, me eché el mismo recorrido: de la casa a la escuela, de la escuela a la casa. Siempre con mi casco y mi luz de halógeno.
Un día, cuando tenía quince años, me arreglé frente al espejo para ir a la kermés de la escuela. Habría músicos, luz y sonido, torneos y papelitos canjeables por comida; o sea, la pura diversión. Pero yo no me veía tan divertida con mi casco, que además arruinaba mi peinado, así que lo dejé en el perchero. Esa mañana bailé y gané un concurso, dicen. A las cuatro de la tarde, para regresar, me subí a la bici y cometí un error. No sé cuál, tal vez pisé mal el pedal. No sé nada. Y no llevaba mi casco.
Dicen los que lo vieron, o sea, toda la escuela, que caí al piso y me golpeé la cabeza. Me la abrí. Una mancha de sangre se formó alrededor de mí. Mis amigos se pusieron a gritar como desquiciados; mis enemigos también. Los maestros, el director, a lo mejor el dueño de la prepa, no sé, alguien pidió una ambulancia. Se tardó tanto que mi mamá, papá y hermano llegaron antes. Alguien se fue conmigo al hospital.
Diez días, mi paciente familia estuvo repitiéndome los hechos. Lo mismo, una y otra vez: ¿Dónde estoy? En el hospital. ¿Por qué? Te caíste de la bici. ¿No llevaba mi casco? No. ¿Cuándo? Ayer. ¿Y dónde estoy? En el hospital. ¿Por qué? Te caíste de la bici. ¿No llevaba mi casco? No. ¿Cuándo? Antier.
Y así, en un bucle. I was a strange loop. Como en Memento y como Dory, la de Nemo.
Cuando mi cerebro se desinflamó, recuperé la memoria a corto plazo. Sin embargo, la semana anterior a la kermés, y la siguiente, y la que vino después, son como una laguna blanca de la sólo sé lo que me han contado.
Aunque lo digo en broma de vez en cuando, y a pesar de que los médicos aseguran que me recuperé al 100%, siento que tuve un daño. De repente olvido páginas enteras del libro que leí ayer, su información es absolutamente nueva para mí. A veces no sé que alguien me dijo algo. Quién sabe. La única evidencia que me quedó es una cicatriz horrorosa que me impide raparme en el verano. También, un consejo que darle a la juventud ciclista: Pónganse el casco, chavos, siempre. Siempre.
11 comentarios:
De pequeño tuve dos caídas memorables en la bici. La primera fue bajando una pendiente en la tercera sección del bosque de Chapultepec. La llanta delantera cayó en un hoyo, volé por el aire, aterricé de panza y me desmayé. Al retomar la conciencia, estaban mis padres viéndome con una angustia que jamás olvidaré. No pasó a mayores.
La segunda iba sobre una avenida, la cual, por fortuna, estaba vacía. Traté de esquivar una coladera y perdí el control. Nuevamente aterricé de panza pero esta vez no hubo desmayo, pero sí una familia que se acercó amablemente a ayudarme.
Y no, yo nunca usé casco. Ahora soy grande y feo como un dios olmeca y ya no tengo bici.
Creo que los dos desmayos que he sufrido (ambos provocados por caídas) me causaron daño cerebral. La hipoxia seguramente mató muchas neuronas y células gliales. Triste pero cierto.
Y algo más: cuando inventen el casco para los tobillos, úsenlo siempre-siempre también. Si yo lo hubiera hecho, no hubiera tenido la fractura cuádruple que tuve, ni me hubieran tenido que operar para ponerme una placa metálica, siete tornillos y dos clavos.
Aclaro: los tornillos también fueron en el tobillo; lo de la cabeza es otro asunto.
Órales, yo hasta hace como 6 meses aprendí a andar en bici. Ahora está guardada por una llanta desinflada que no sé dónde arreglar, pero te haré caso y me iré buscando un casco.
Ah, yo recuerdo mi máxima caída em bici, a los 6 años.
Me sentía muy extrema yo bajando a toda velocidad por las calles de mi colonia. Cuando en una de ésas, el manubrio se ladeó, no se ni como, y fui a estrellarme con un carro-que por suerte estaba estacionado- lo cual provocó que saliera volando y aterrizara en mi cara. Hasta chistoso suena ahorita, pero dolió, nunca lo olvidaré jaja.
Y no, no se me calleron dientes porque estaba chimuela. Pero en la foto de primero de primaria salgó con una mancha color rosa bajo mi nariz, reminiscencia de la grande y dura costra. Hoy sólo queda una pequeña cicatriz. Pero a quien se le iba a ocurrir salir en bici con máscara de hockey? Lo mío no tenía salvación.
Yo siento que hay un hueco en mi infancia-adolescencia (y no es por ninguna amnesia). En esa etapa de mi vida no me quebré nada, ni me abrí nada, y los cascos eran algo que no usábamos los rudos de a deveras. Hubo raspones y mucha sangre pero nada de peligro. Eso llegó después, haciendo tarugadas en la edad adulta.
Yo nunca aprendí a andar en bicicleta.
Y las historias de accidentes no son muy estimulantes... sin embargo, si algún dia me aventuro a formar parte de la exclusiva comunidad ciclista seguro que usaré casco, rodilleras y cuanto artefacto me encuentre por ahi...
Sí t puedes rapar, no importa tu cicatriz…yo me abrí la cabeza cuando tenía 5 años con una reja blanca, sólo recuerdo que yo quería entrar a mí casa y mi hermana quería salir, y las dos veníamos corriendo y pacatelas chocamos; a mí hermana no le paso nada, en cambio yo tenia la punta de la reja en mi cabeza, sólo me acuerdo q mi papá me hecho alcohol y me llevaron al hospital, no fue necesario me cosieran la rajada no era profunda….y a mi también me quedo una cicatriz…y me rape en verano, así q tu te puedes rapar el próximo verano........
Hola:
En mis tiempos no había cascos. Considerando mis amigos y un servidor nomás andábamos haciendo locuras es de extrañar que ninguno haya tenido más allá de algunos raspones.
Quizás se deba a que el tránsito en el DF era menos intenso, y eso se vinculaba a que los automovilistas respetaban un poco más al ciclista.
Creo que el peor accidente que llegó a tener uno de nosotros es que se cayó, con todo y bicicleta, al Río Churubusco cuando ya más bien era canal de aguas negras. Yo no iba esa vez, pero como no le pasó nada, pues nadie le ayudó por apestado.
Acá en La Paz casi nunca llueve. La lata son los derrapones en la arena y las ponchaduras con espinas de huizapol (con decirte que cuando mi hija estrenó su bici regresó con cinco pinchazos en una llanta y tres en la otra).
Pero tienes razón. Tu experiencia tiene mucho de escalofriante, que bueno que las secuelas fueron, en lo que cabe, mínimas.
Saludos
RRS
A mí también me pasa que se me olvida la página o las páginas anteriores que leí hace un momento. También, hay veces, que no escuché o no recuerdo lo que me dijeron. Así que a lo mejor es normal o podría ser otra la causa.
Sí, nunca salgan en bici ni en moto sin casco.
Sí, la desmemoria puede tener varias causas, entre otras la distracción.
Sí, gran susto nos diste. Sólo de recordarlo se me oprime el estómago.
Jijij, todos tienen experiencias dolorosas e inolvidables en la bici. Deberíamos comenzar un meme.
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