Cuando tenía 17 años, me cansé de caminar tres horas para ir y regresar de cualquier lado. ¿Que vivo en el DF o qué chingados?, pensé. Mi mamá no quiso, ni pudo, comprarme un coche. Mi hermano estudiaba, tenía coleta y aún era un orgulloso peatón. Estaba sola con mi necedad.
Como me gustaba mucho un café caro, horrible y sucio, paradójicamente llamado Lindo, fui ahí a preguntar si me daban trabajo. Me dijeron que yes. Sobra decir que era mi primer contacto con el mundo real. Convivía, de cuatro a cuatro, con una hostess que se metió con todos los meseros no mancos y con el dueño del café, con un panzón horrendo que se sacaba los mocos y preparaba capuchinos, con una sonriente señora cocinera y con un mesero que acabó convirtiéndose en mi amigo: Nelson.
Nelson era, en toda la extensión de la palabra, un maleante. Había estado en la cárcel lo suficiente para decidir que no regresaría. Durante su estancia más larga, que fue también la última, nació su hija. Después de tatuarse su cara en el pecho, comenzó a vivir correctamente. Ya no se metía en peleas callejeras, ni tomaba caña en la vía pública. Llegaba temprano al café y se iba cansado y honesto. Y pobre.
En mi cumpleaños 18 me regaló una vela y un cuarzo lleno de deseos que, aunque ya no recuerdo, sé que eran todos buenos. Nunca consumí la vela. Justo ahorita está ocupando un lugar estratégico en el baño. Está feísima.
No sé si viva. No tenía teléfono de ningún tipo, ni mail. No tenía nada, en realidad. Sólo a su hija, a su novia y a los dos hijos de ella que él adoptó, y cuyas caras también se tatuó en el pecho. No es metáfora. A mí, de él, sólo me quedan la vela y un recuerdo muy bonito. Y ahora este post.
Como me gustaba mucho un café caro, horrible y sucio, paradójicamente llamado Lindo, fui ahí a preguntar si me daban trabajo. Me dijeron que yes. Sobra decir que era mi primer contacto con el mundo real. Convivía, de cuatro a cuatro, con una hostess que se metió con todos los meseros no mancos y con el dueño del café, con un panzón horrendo que se sacaba los mocos y preparaba capuchinos, con una sonriente señora cocinera y con un mesero que acabó convirtiéndose en mi amigo: Nelson.
Nelson era, en toda la extensión de la palabra, un maleante. Había estado en la cárcel lo suficiente para decidir que no regresaría. Durante su estancia más larga, que fue también la última, nació su hija. Después de tatuarse su cara en el pecho, comenzó a vivir correctamente. Ya no se metía en peleas callejeras, ni tomaba caña en la vía pública. Llegaba temprano al café y se iba cansado y honesto. Y pobre.
En mi cumpleaños 18 me regaló una vela y un cuarzo lleno de deseos que, aunque ya no recuerdo, sé que eran todos buenos. Nunca consumí la vela. Justo ahorita está ocupando un lugar estratégico en el baño. Está feísima.
No sé si viva. No tenía teléfono de ningún tipo, ni mail. No tenía nada, en realidad. Sólo a su hija, a su novia y a los dos hijos de ella que él adoptó, y cuyas caras también se tatuó en el pecho. No es metáfora. A mí, de él, sólo me quedan la vela y un recuerdo muy bonito. Y ahora este post.
6 comentarios:
Por lo general nunca hago comentarios, mucho menos posteo, De hecho no lo hago, soy malo en ortografía, pero quise poner un comentario en honor a una mujer que es más fácil que sea amiguiz de un perro que de mí. Bueno Espero que algún día vuelvas a ver a Nelson, las piedras rodando se encuentran. Esperare tu próximo post, mientras esperare tener un buen comentario. Tendré que empezar a postear y leer artículos de antropología.
Ha por cierto siempre se me olvida algo Feliz Navidad y Prospero año Nuevo….
Propongo una excursión al Café Lindo para determinar el paradero de Nelson.
Buen post, si que llega. Ojalá le encuentres aunque si no lo encuentras en google tal vez no exista :P
Ojala algún día te rencontraras con Nelson...
Felices fiestas y así
Me acuerdo, me acuerdo. Más humano que muchos que andamos por ahi
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