miércoles, julio 2

2 de julio



Hace ocho años yo aún vivía en Xalapa. Ese día me tocó cuidar una casilla de la colonia Progreso. Desde que era niña se me advirtió que la Progreso era una colonia peligrosa; que si iba, lo hiciera con cuidado. Nadie me dijo nunca que la evitara. Antes no se usaba eso, lo de evitar un lugar, una persona, una conversación. Iba y venía como si nada cada que quería cortarme el pelo o subir el cerro del Macuiltépetl. Al miedo como estado de vida yo no lo conocía. La ciudad era mía.

Hace ocho años todavía no estallaba la guerra.

Ese día desperté de madrugada, me puse mi blusa amarilla y salí a cuidar las urnas. Todo fluyó en la máxima tranquilidad. Algunas personas me sonrieron después de votar y otras me miraron con desprecio. Lo normal.

Hace ocho años más de 121 mil personas que hoy están muertas, estaban vivas.

La violencia se apoderó de mi país. Como una mancha, fue cubriendo mi estado y mi ciudad no se salvó. Primero se incrementaron los chismes, el súbito interés que todos teníamos por escuchar los detalles más sórdidos. Pronto, asaltos, extorsiones y secuestros dejaron de ser rumores y se convirtieron en hechos. Lo peor, se instalaron en la vida cotidiana como se instala un puesto de tacos o un semáforo nuevo; se hicieron parte de la realidad de todos, un elemento más del paisaje. Como parte de la realidad se harían también los soldados enmascarados que todavía hoy desfilan por la ciudad en coches blindados.

Una noche un taxista me preguntó hacia dónde iba, aclarando que a Casablanca no me llevaba ni loco porque ahí diario había balacera. Un sábado, Daniel me sugirió que tuviera cuidado con mis conversaciones en lugares públicos. Recuerdo perfecto el día que propuse ir a ver ovnis a Chavarrillo, como en la prepa, y mis amigos me miraron como si me acabara de echar un pedo. Mucho menos voy a olvidar la primera vez que un arma larga en un coche de civiles me apuntó a la cara. La primera vez que pensé que la camioneta que acababa de cruzar la calle parecía salida de aquella película de los jemeres rojos. La ciudad dejó de ser mía y hay colonias en las que no he puesto un pie en años. Mucho menos de noche; me da miedo.

Del dos de julio recuerdo claramente la tristeza de la derrota. La frustración. El rencor, cuánto rencor. El ánimo aguerrido pero lleno de desconcierto: ¿es de verdad que algo así puede pasar?

Para mí no es solo el día que se nos fue arrebatada la posibilidad de un país diferente. Es también el día en que se escribió el destino que nos esperaba, uno cargado de muerte y dolor.

Hace ocho años la hija de Esther estaba viva. También José Luis, el amigo de mi mamá. También Regina Martínez. Hace ocho años no habían secuestrado a nadie que yo conociera; hoy puedo hacer una lista y no es tan corta como me gustaría. Detengo aquí la remembranza de sucesos funestos porque la memoria y el espacio me quedan cortos y no quiero fallarle a los muertos. Solo quería contar un recuerdo.

4 comentarios:

Queridita dijo...

Qué dolor y nada para hacer que aminore. Lo siento. Mucho, mucho. Te quiero

Kleitoris Eremítico dijo...

Hola, sin duda tu ciudad pequeña y bonita no es la misma de hace 8 años, o de hace 14 años cuando el transporte publico aun circulaba hasta las 10 o 10:30 de la noche en casi todas partes de la ciudad, hoy son las 9 y debes de correr porque si no tienes que pagar taxi, aunado a la mancha urbana que crese sin planificación y organización alguna por parte de las autoridades que hace que viajes en autos sardina, suma también el trafico que se hace prácticamente a cualquier hora del día, jamás imagine que tendría que viajar a vuelta de rueda el tramo que va de la entrada de la central de abastos hasta agua santa dos, jamás pensé que el puente de animas que está en la plaza se convertiría en un estacionamiento por minutos, cuando lo construyeron recuerdo que lo veía enorme y un desperdicio de dinero apenas y circulaba uno o dos coches de vez en cuando, estaba de moda ir a la plaza animas al cine marck, yo y todos mis amigos íbamos en el transporte publico, ahora la mayoría de ellos aunque vivan a 5 Km de ahí, y el urbano los deje en la puerta de su casa van en sus coches.
Hace ocho años tenias mas gente que leía tu blog, hoy tristemente veo que son menos los que te dejan una reseña, la mayoría de ellos han sido absorbidos por el absurdo de las redes sociales donde publicar cosas sin centro es lo de hoy donde conocer a gente extraña y peligrosa no importa mucho.
Sin duda alguna siempre tengo la sensación de que he perdido algo, he perdido la ciudad de hace 14, 10, 8 años atrás y que en cierta forma la extraño porque no me puedo acomodar actualizar a esta nueva ciudad, yo soy de la vieja escuela a mi todavía me toco usar los teléfonos con botones.

Miris Mirismía dijo...

Hay un pueblo pequeñito en Colima, Manzanillo; no soy de allí pero de niña iba muchas veces con el abuelo de mis primos. Manzanillo era un edén y pueblo quieto, nos metíamos de jugar como unos locos a las once o doce de la noche, andábamos solos, íbamos y veníamos de explorar las callecitas, el río, el cerro... lo más peligroso era meternos con los caimanes y eso lo teníamos bien advertido 'se comen a los niños'. Hace unos días me enteré que 'aquellos' había matado a Sebastián, era nuestro amigo de aquellas aventura, y se robaron a su niña. Dejo testimonio aquí, porque no sé dónde más.

Miris Mirismía dijo...

Hay un pueblo pequeñito en Colima, Manzanillo; no soy de allí pero de niña iba muchas veces con el abuelo de mis primos. Manzanillo era un edén y pueblo quieto, nos metíamos de jugar como unos locos a las once o doce de la noche, andábamos solos, íbamos y veníamos de explorar las callecitas, el río, el cerro... lo más peligroso era meternos con los caimanes y eso lo teníamos bien advertido 'se comen a los niños'. Hace unos días me enteré que 'aquellos' había matado a Sebastián, era nuestro amigo de aquellas aventura, y se robaron a su niña. Dejo testimonio aquí, porque no sé dónde más.